Les demoiselles d'AvignonPablo PicassoSiempre que hay dos o más mujeres congregadas hay un tema obligado: lo cabrones que son los hombres. Esto señores, independientemente de nuestra edad, del trasfondo o estatus socioeconómico, del nivel educativo o cultural, del estilo de vida y de cualquier otra categoría en que podamos clasificarnos. Inclusive, independientemente del género de fábrica, pues en vez de mujeres, debí decir, siempre que hay dos o más personas que gustan del género masculino… Y el fenómeno, si nos dejamos llevar por libros, películas, medios de comunicación, y la experiencia acumulada en viajes, es uno mundial.
El tema es recurrente sin importar la naturaleza del junte. Puede tratarse de un encuentro casual: ¡Hola, cómo estás! Nena, que bien te ves. Oye, cuéntame y Fulano. ¡Mira! No me hables de ese cabrón. De otra parte, puede que responda a una convocatoria: Chica tenemos que vernos, cuando yo te cuente la última que me hizo el cabrón de Sutano. O puede tratarse de un ritual como el que le da nombre a esta entrada. Así bautizaron dos muy queridas amigas mías, a la isla de la cocina del apartamento que compartían. Cuando una de ellas llegaba a altas horas de la madrugada y encontraba a la otra en la mentada isla en posición de
Le Penseur de Rodin, acompañando una fría Medalla con alguna delicia rebosante en
trans fats (adquirida en el
fast food o gasolinera más cercana) sabía que alguna cabronada le había hecho el cabrón de siempre u otro transitorio, en lo que volvía con el de siempre.
Cabe destacar que el tema se desarrolla de manera bien esquemática. Primero, la infortunada de paso explica en qué consistió la cabronada, luego las otras, identificándonos con su congoja, contamos las cabronadas de las que hemos sido víctimas. Sí, una auténtica de terapia de grupo. Y es en ese momento en que se desencadena una vorágine de anécdotas y parecemos enfrascarnos en una absurda competencia para determinar quién ha sufrido las peores cabronadas. Y así, poco a poco, vamos llegando a la etapa de la solidaridad. Olvídate (o deja) a ese cabrón, no te merece, tu eres mucho para él, si no supo apreciarte es un pendejo (encima de cabrón), ya verás como todo pasa… Y claro está, no puede faltar el consabido: mejor sola que mal acompañada; o el contradictorio: más a’lante vive gente.
Contradictorio, porque a pesar de todo lo relatado, cuando la ex infortunada de paso conoce a un nuevo chico, enloquecemos de emoción, nos abrazamos, brincamos, cantamos, bailamos, confabulamos, soñamos. Le preguntamos acerca de todo, cómo es, cómo lo tiene, cómo lo hace… celebramos. La conciencia nos dice que se trata de un cabrón en potencia, el corazón nos dice que no importa, porque ahí estaremos cuando advenga el ciclo de penitencia.